miércoles, 22 de noviembre de 2023

El Cadete tenía razón

 Por Norberto Oscar Dall’Occhio

 Corría el año 1949 y el Cadete fue a trabajar como de costumbre al bazar, librería y cigarrería de su tío en la esquina de Mitre y General López. Mientras barría el piso del negocio, pensaba en la película argentina que a la noche de ese sábado se proyectaría en el Cine Ideal y en el partido que Colegiales, el equipo de fútbol que él capitaneaba, disputaría el domingo en la cancha de General Belgrano, enfrentando nada menos que a su gran rival, el conjunto de Alumni. 

 Aquella fría mañana de invierno no había reparto de cigarrillos a los boliches y por lo tanto tenía que estar detrás del mostrador atendiendo a los clientes que venían al negocio. Al Cadete esa tarea no le resultaba del todo agradable por el formalismo que le exigían para atender a los clientes y por los distintos trabajos de limpieza que diariamente había que realizar. Él prefería la vida al aire libre, la libertad que le brindaba la Bicicleta de Reparto. Sí… la Bicicleta de Reparto escrito con mayúscula, porque era el valioso medio de transporte que usaba diariamente para recorrer los lugares más apartados del centro del pueblo, llevando diarios y revistas a domicilio, a veces en días lluviosos y con calles barrosas e intransitables. Además, se encargada de distribuir cajas de cigarrillos en los boliches más alejados del centro y de buscar los atados de diarios que venían de la Capital Federal y de Rosario en la parada del colectivo La Verde frente al Hotel Central. También tenía que retirar los paquetes de revistas y diarios que venían de Buenos Aires y se entregaban en la Estación del Ferrocarril y en las oficinas del Correo local. 

 Al Cadete le encantaba charlar amigablemente con los clientes y con la gente del lugar sobre diversos temas, enterarse de alguna novedad, escuchar un buen consejo de parte de las personas mayores y a veces aceptaba tomar un mate con algún cliente. Como adolescente, le entusiasmaba transitar ese variado ambiente pueblerino, fuera de las cuatro paredes de un negocio, vivir la realidad de la calle, que seguramente lo ayudaría a conformar su personalidad y lo prepararía para enfrentar mejor su futuro, buscando un nuevo horizonte con sus permanentes inquietudes, dentro de ese pequeño mundo donde le tocaba vivir.

 Serían alrededor de las once de ese sábado, cuando apareció en el negocio un apuesto joven que lucía botas de un brillo reluciente, elegantemente vestido con un impecable saco sport. Cuando lo atendió, el señor le preguntó si vendían discos para escuchar música. El Cadete le explicó que no tenían discos, pero que si lo deseaba, se podía hacer un pedido a Rosario. Su tío se dio cuenta que era un forastero, se acercó y continuó la conversación para sugerirle alguna otra alternativa. Mientras charlaban su tío y el caballero, el Cadete se aproximó a la vidriera del negocio para mirar el llamativo coche que el cliente había dejado estacionado. Era un ampuloso Cadillac y en el asiento delantero estaba sentada una hermosa dama de cabello platinado. 

 Su prima también se acercó para ver el atractivo vehículo, pero el Cadete fijó su mirada en la dama. ¡Pero esa mujer que está en el coche es Elina Colomer!, dijo asombrado, a lo que su prima le contestó de inmediato: ¡no imposible… cómo puede ser Elina Colomer!

 Mirá, le respondió el Cadete mostrando una revista Radiolandia que estaba en exhibición en un estante: ¡y ella está en la tapa! Su prima observó la tapa de la publicación, dudó un momento y le contestó: para mí es una mujer parecida… pero no se trata de Elina Colomer.

 Al mediodía su tío cerró el negocio y el Cadete se fue a su casa a almorzar. Durante la comida comentó lo sucedido. Estaban presentes sus padres y sus dos hermanas. Cuando escucharon el relato,todos a unísono dijeron: nooo… no puede ser, cómo Elina Colomer va venir a Santa Isabel… a vos te habrá parecido… debe ser otra persona… 

 La afirmación del Cadete no convenció a sus familiares, a pesar de la firmeza de sus palabras y de los ejemplos que dio.

 Terminado el almuerzo, el Cadete cruzó la calle y entró al Club Belgrano. Allí en el bar, donde estaba reunida la barra de amigos, era un lugar propicio para comentar lo sucedido durante la mañana y buscar apoyo a sus afirmaciones. Los muchachos lo escucharon con atención. Uno por uno, le contestaron casi lo mismo que su familia: "te habrá parecido que era Elina Colomer" o "debe ser alguna mujer con cierto perfil de la famosa actriz". Además, uno de los integrantes de la rueda de amigos agregó: "el hombre es probable que sea algún estanciero de la región que estuvo de paso por Santa Isabel y su linda acompañante tiene cierto parecido a la artista". Y ahí se acabó en tema. Los muchachos de la barra pidieron un naipe al conserje y se pusieron a jugar a las cartas… ¡Otro fracaso para el Cadete!

 Ante el escaso eco encontrado en el ámbito familiar, entre sus amigos y otras personas del pueblo que habitualmente frecuentaba, a las cuales les repetía la anécdota, el Cadete se sintió defraudado ya que, puesto como testigo, no tenía capacidad para convencer a la gente de sus cualidades de ser un buen observador y un buen fisonomista.

 Pero a los pocos días, sorpresivamente para él, ocurrió algo inesperado. En el pueblo empezó a correr la noticia de que en Villa Cañás, en la Estancia de Díaz, había pasado un fin de semana la actriz Elina Colomer. El Cadete, ante semejante información sacó pecho, se puso contento y se sintió reconfortado. Pensó para sí mismo: "¡yo tenía razón!", todo lo que vi con mis propios ojos era muy cierto y no me creyeron".

 Pero en su interesante narración omitió algo muy importante. Resultó que a pesar de confirmarse la veracidad de su relato, a la afirmación del Cadete le faltó agregar un dato que luego sería muy relevante. El elegante joven que él atendió en el negocio de su tío, era nada más y nada menos que Juan Duarte, hermano de Evita y Secretario Privado de Juan Domingo Perón, en ese momento Presidente de la Nación.

Elina Colomer: https://es.wikipedia.org/wiki/Elina_Colomer

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viernes, 17 de noviembre de 2023

Las viandas del Hotel Central, la fábrica de hielo y el sueño de la heladera propia

Por Norberto Oscar Dall´Occhio


El envío a domicilio de viandas portátiles era un hecho muy común en la década de 1940. Este servicio estaba a cargo del Hotel Central, cuyos dueños en esos momentos eran los señores Dafara y Aurelio.

El repartidor del Hotel, al mediodía llevaba el pedido del cliente en cacerolas enlozadas superpuestas en forma vertical sostenidas desde la base con un armazón de metal que terminaba con una manija. Algunas horas más tarde las pasaba a retirar.

En los días de mucho frío había familias que esperaban ansiosas esas exquisitas comidas bien calentitas, gracias a unas brasas encendidas colocadas en la base de la vianda. El menú habitual estaba conformado por ricas sopas, polenta con estofado, guiso de arroz y puchero criollo, entre los platos preparados por los excelentes cocineros del Hotel.

Por la calidad de las comidas elaboradas, era común en la zona que muchos viajantes de comercio que visitaban en coche los pueblos, a la hora de comer, se trasladaran a Santa Isabel para almorzar o cenar en el restaurante del Hotel Central.Tal era la fama bien ganada que supo conseguir este rincón isabelense.

El servicio de viandas duró hasta mediados de la década de 1940 pues un golpe de suerte les cambió la vida a Dafara y Aurelio. En diciembre de 1944 tuvieron la fortuna de poseer un décimo de la Lotería de la provincia de Sante Fe con el número 11.880, que correspondió al primer premio del sorteo del Gordo de Navidad y se convirtieron en nuevos ricos junto con otras personas de Santa Isabel que poseían los nueve billetes restantes, vendidos por la Agencia de Lotería de Santiago Lorenzatti, ubicada en la esquina de Sarmiento y General López.

Más adelante los afortunados, Dafara y Aurelio, vendieron el Hotel, se fueron del pueblo y tomaron otros rumbos.

En 1948 el Hotel fue comprado por la familia Bassignani.

Y ahora pasemos a otro tema. Justamente al lado del Hotel Central, en San Martín 1236, existía en aquel entonces en Santa Isabel una fábrica muy importante que tomaba gran impulso en la época estival. Se trataba de la fábrica de hielo de la familia Raimundi, a cargo de Santiago Raimundi, quien entre 1943 y 1947 fue presidente de la Comuna.

Muchos recuerdan esa época en la década de 1940, en la que prácticamente casi ninguna familia poseía heladera en su casa. Solamente se podían encontrar en algunos bares y carnicerías. Por lo tanto tener una heladera en casa era un lujo. Aparecieron algunas que funcionaban a kerosene, aunque eran casi una rareza. La novedad surgió en la década de 1950 con la aparición de la famosa Heladera Siam y entonces sí, algunos pudieron comprarla. Para muchos hogares fue un deseo que se convirtió en una realidad, a veces con mucho sacrificio familiar.

En Santa Isabel también surgieron ciertas inquietudes empresariales con la intención de fabricar localmente heladeras con la marca Santbel, según comentarios de la Revista Acercar a la Gente, ejemplar número 40 del año 2002.

Dentro de esta época de las décadas de 1940 y 1950 tenemos que agregar el gran problema surgido por la falta de electricidad en el pueblo a fines de 1949 y principios de 1950, situación que duró hasta 1955, que lógicamente afectó el uso de las heladeras existentes.

Esta situación generó una gran demanda de barras de hielo fabricadas en el pueblo o en localidades vecinas, destinadas a toda clase de eventos sociales como bailes, casamientos, banquetes, festejos y reuniones importantes en las cuales era habitual encontrar grandes fuentones de metal que contenían distintas bebidas, cubiertos con hielo trozado, tapados a veces con una arpillera mojada para mantener frescas las botellas.

En la fábrica de Raimundi, durante las fiestas de fin de año era común ver gente haciendo cola para comprar un cuarto (generalmente para uso familiar) o media barra de hielo, que había que romper con un martillo para obtener trozos más chicos.

La fábrica dejó de funcionar en la década de 1960, época en la que se extendió el uso de la heladera en la mayoría de los hogares y, felizmente, se logró concretar, en muchos casos con gran sacrificio como dijimos antes, un sueño familiar.


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domingo, 12 de noviembre de 2023

Los carnavales de antaño

Por Norberto Oscar Dall’Occhio

 En los corsos que  se desarrollaban en Santa Isabel  en los finales de la década de 1930 y principios de 1940 abundaba el juego con serpentinas y papel picado. Hay recuerdos de mucha gente sobre la abundancia  del uso  de esos  elementos compuestos de papel. En las calles, que eran de tierra, la gente que iba en adornadas carrozas o  que estaba sentadas en  los coches que desfilaban, generalmente descapotados, lanzaban serpentinas al público que estaba de pie al costado de la acera o ubicadas en adornados palcos que preparaban los vecinos. 

 Abundaba  un amable y delicado intercambio de serpentinas entre gente conocida. Ese entrecruzamiento de cintas suspendidas en el aire, con el agregado de las numerosas luces que iluminaban la calle, se convertía en un hermoso espectáculo mirándolo a la distancia. El juego con papel picado resultaba más directo y a menor distancia y generalmente se tiraba sobre el cabello. Durante el corso el juego era de tal magnitud que tanto las calles como las veredas quedaban alfombradas con el tono multicolor de las serpentinas y del papel picado. Al día  siguiente del corso los trabajadores contratados por la Comuna se veían obligados a utilizar horquillas y rastrillos para limpiar sos enormes colchones de papeles esparcidos en las calles, amontonarlos y finalmente quemarlos. Con respecto al papel picado también quedaban alfombradas las veredas. Los trabajadores las barrían, las recogían con una pala,  las colocaban en una carretilla, hacían una especie de parva y luego les prendían fuego. Los juegos con papel fueron disminuyendo a partir de la década de 1940 debido a la escasez de ese material con motivo de la Segunda Guerra Mundial.

 También debemos mencionar los juegos con agua, que en muchos casos resultaban peligrosos debido a los abusos de  algunas personas por la exageración o  por  violencia  con que los hacían. A fines de la década del '30 ocurrió un hecho censurable en el cual intervino la policía. En un corso que se desarrollaba en la calle Belgrano al 1100, entre Mitre y Sarmiento, el señor Otamendi tenía una carnicería y para festejar el carnaval se le ocurrió utilizar la manguera que usaba para limpiar y baldear su negocio, para lanzar agua a raudales contra  la gente que pasaba frente a su casa, en algunos casos “bañándola” totalmente. La reacción del público fue inmediata y el responsable terminó en la comisaría.  Durante el corso estaba prohibida la utilización de baldes o jeringas. Sólo se permitía el uso  de lanza perfumes o pomos. Cabe acotar que durante el día, en las tres jornadas de carnaval, chicos y  jóvenes  solían jugar con agua en las calles del pueblo y a veces lo hacían mediante la utilización de baldes, globos, jeringas, botellas o palanganas.

 Los corsos se iniciaban alrededor de las 21:00 y duraban hasta las 24:00. El comienzo y la culminación del corso se hacía mediante el lanzamiento de bombas de estruendo. A su término se iniciaba el Baile de Carnaval con la actuación de alguna orquesta de la zona, que tenía lugar generalmente en las instalaciones del  Prado Español o en la Sociedad Italiana y se extendía hasta las tres de la madrugada. 

 En  algunas ocasiones como cierre del carnaval se armaba un enorme muñeco con trapos, cartones, arpilleras y maderas, en homenaje al Rey Momo. El muñeco se quemaba y sólo quedaban cenizas. Era el símbolo de que el carnaval y la fiesta habían culminado, con la esperanza de que al año siguiente se repitieran los festejos y volvieran la alegría, los disfraces, la sonoridad y las luces de los corsos y los bailes.

Los corsos generalmente se realizaban en las calle Mitre, San Martín, General López  o Belgrano, con un trayecto de dos cuadras.En la parte intermedia del recorrido, en coincidencia  con el cruce de calles, se instalaba el palco oficial. Desde allí el locutor animaba esta fiesta de color, donde solían actuar poetas locales y músicos y cantantes del pueblo.

Entre los disfrazados abundaban los “caballitos”, confeccionados  con arpilleras que portaban un ancho rebenque del mismo material al que hacían sonar fuertemente contra el piso, lo que provocaba cierto temor en los niños.

 Los disfrazados utilizaban antifaz o caretas para ocultar su cara. Estaban controlados y registrados por la policía y podían concurrir al baile.

Generalmente, los corsos y los bailes se realizaban a beneficio del Hospital Miguel Rueda.

 En la década de 1940 y principios de 1950 también se destacaban los bailes de disfraz y Ffantasías organizados por el Club General Belgrano. Resultaba una reunión muy divertida, con distintos y llamativos disfraces, en la cual participaban los socios de la institución y sus familias.

A  principios  de la década de 1950 se habían suspendido los corsos por la falta de luz eléctrica en el pueblo. Frente a esta situación y como dato curioso, vale recordar que a mediados de la década del '50 la Heladería Miculán organizó por su cuenta un corso frente a su Bar y Heladería en la calle Belgrano, que estaba al lado de la iglesia y pertenecía a la Sociedad Española. Para ello utilizó un generador de energía de su propiedad iluminando con guirnaldas de luces una cuadra frente a la Plaza 9 de Julio. La iniciativa tuvo gran éxito y se prolongó por varias jornadas de carnaval. En 1956, normalizado el sistem  eléctrico, se reiniciaron  los corsos.

 

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jueves, 9 de noviembre de 2023

Alambre tejido chanchero


Por Norberto Oscar Dall’Occhio



 En las décadas de 1940 y 1950 hubo en la zona de Santa Isabel un auge en la crianza de cerdos en las chacras y estancias debido a la permanente demanda de ese tipo de carne animal.

 Los cerdos se alimentaban generalmente con maíz y también con pasto natural. Para esto último se utilizaba algún potrero o un cultivo de alfalfa. El cuidado de los chanchos cuando estaban pastando estaba a cargo de personas. La tarea consistía en evitar que los animales pasaran a un lote vecino y se comieran los sembrados de maíz o trigo. Es decir, había que mantenerlos controlados. Para eludir ese cuidado personal, en la década del 40 se había creado un aparato al que llamaban “boyero eléctrico” que funcionaba conectado con una batería, que electrizaba hilos de alambre en un determinado espacio dentro de un lote del campo. Más adelante se comenzó a utilizar con buen resultado un tejido de alambre que cubría todo el perímetro de ese lugar destinado a alimentar a los porcinos.

 En el pueblo hubo varios emprendimientos destinados a la elaboración de esos tejidos de alambre. El método de confección era de tipo artesanal. Con permiso comunal, en algunas cuadras del pueblo se disponían postes esquineros en cada extremo (un recorrido de cien metros) que servían para tensar varios hilos de alambre en forma horizontal. Luego un operario iba uniendo los hilos verticalmente con un alambre fino. De este modo se fabricaba un tejido de alrededor de un metro de altura, que los cerdos no podían doblegar.

 Este tipo de alambre tejido también tuvo una gran demanda para la construcción de chiqueros en la zona.

 Además representó una fuente de trabajo para mucha gente del pueblo. 

 

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viernes, 30 de junio de 2023

Las Cuarenta Horas

La Comisión de Damas del Hospital Miguel Rueda, formada por Angelita Cucco, Irma Pellegrini, Gladys Zanotti, Mirna Sánchez, Ana María Benedetto, María Raverta de Quatrín, Ofelia de Oliva, Marta Lobos, Rosita Bessone, Nélida Reato y Margarita de Costas decidieron fundar el Asilo de Ancianos de Santa Isabel el 23 de octubre de 1969. Desde ese momento comenzaron a recaudar fondos con la organización de distintos eventos y colectas con lo que se logró la adquisición de muebles y ropa de cama para este servicio en el Hospital Miguel Rueda.

La inauguración oficial del Asilo, a la que asistió el Gobernador de la Provincia de Santa Fe, Dr. Sylvestre Begnis, se realizó el 5 de mayo de 1974. Pero previamente, los días sábado 9 y domingo 10 de febrero, se llevó a cabo una colecta muy particular que se denominó Las Cuarenta Horas, destinada a recaudar fondos para este refugio de adultos mayores.

El evento, que tenía como lema "Pueblo lindo de gente linda", consistió en una transmisión radial continuada por Radio Circuito Cerrado Santa Isabel (de O.P.S.I., Organización Publicitaria Santa Isabel) a cargo del locutor y conductor isabelense Elbio Martínez cuando esta emisora tenía sus estudios en Santa Fe al 1300.

Martínez estuvo frente al programa durante 40 horas ininterrumpidas presentando música, interactuando con los oyentes, manteniendo charlas con invitados especiales e incentivando a la población a donar dinero para el Asilo. Se había propuesto llegar a determinada cifra de pesos, la que fue superada ampliamente, y a batir un récord de permanencia frente al micrófono radial, experiencia que también fue lograda. Alberto "Nito" Lombardi, Daniel Albanesi y Gustavo Díaz, entre otros integrantes de la radio, participaron de la transmisión que culminó exitosamente, en directo -con la contribución del locutor rosarino Eduardo Aldiser, amigo de Martínez quien por ese entonces trabajaba en medios de comunicación de la ciudad de Rosario- desde el salón del Club Juventud Unida con público a pleno.

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viernes, 17 de febrero de 2023

Jorge Alberto Tirelli


 Jorge Tirelli se destacó por su gran capacidad de trabajo, su sentido solidario, su accionar participativo y su amplia capacidad intelectual. Poseía un espíritu prolífico que lo hacía actuar en diversos ámbitos sociales, con un fuerte carácter hacedor y con una notable habilidad para resolver problemas.
  Nació el 17 de junio de 1946. Su infancia y adolescencia se desarrolló en Santa Isabel, recibiendo la educación en las escuelas Nº 179  y Nº 7 (E.E.S.O. Nº 214). Cursó sus estudios terciarios en la ciudad de Santa Fe, en la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Litoral, graduándose como ingeniero químico. Mientras cursaba sus estudios obtuvo una beca de la empresa petrolera Esso destinada a los alumnos sobresalientes.
 Tras esto, junto a compañeros de la carrera y a su esposa Cristina Carri (con quién luego tuvo cuatro hijos), emprendió un intenso viaje por Europa que lo cautivó de sobremanera conociendo, en forma directa, el mundo industrial y cultural del viejo continente. A su regreso, en 1971, ocupó el cargo de jefe de sección hidrocarburos en la destilería de YPF de Ensenada (B. A.).
 En 1973 la firma Fernarolo S.A. compró y mejoró un antiguo establecimiento avícola de Santa Isabel (conocido como El Peladero) para la faena de cerdos. Al conocer que la firma necesitaba un ingeniero químico, Tirelli no dudó en postularse para el puesto de jefe de planta, siendo aceptado rápidamente. Así retornó, junto a su familia, a la localidad que lo vio nacer; esta vez no solo para desarrollar su profesión, si no también para dedicar gran parte de su tiempo a instituciones y emprendimientos de bien público y privado. Tuvo, en todo momento, como meta principal, mantener en buen funcionamiento al frigorífico y, aunque existieron ofrecimientos de mejoras laborales y económicas en otra localidad, resignó esos progresos personales para continuar en la empresa isabelense que le demandaba tiempo y esfuerzo.
 Poseedor de una oratoria vehemente y fluida, no dudaba en dirigirse a cualquier audiencia, por el tema que el momento lo requiriera, y exponer con claridad y convicción sus pensamientos y propuestas.
  Su actividad febril se trasladó, también, en diversos momentos de su vida, a otros planos locales. Al de la política, participando activamente en partidos vecinalistas; al económico y financiero, apoyando o integrando emprendimientos industriales o empresariales y siendo miembro activo de la Asociación Mutual del Club Belgrano; al de la cultura, siendo gestor e integrante de una empresa dedicada a la continuidad de la sala de cine; al de las instituciones sociales y deportivas, como la Sociedad Italiana en la que fue uno de los grandes motorizadores de la recuperación de su sala de cine y teatro, la Cooperativa de Agua Potable participando activamente en su creación y continuidad, la comisión para la instalación de teléfonos automáticos, la cooperadora de la Escuela Nº 214 o el Club Belgrano, donde integró repetidas veces la Comisión Directiva y varias subcomisiones siendo un fervoroso seguidor de equipos de fútbol de todas las categorías; al de la educación propiciando la creación de cursos de albañilería, plomería y electricidad; al de la organización de eventos colectivos como lo fue la fiesta del 75º Aniversario de Santa Isabel en la que fue su mayor gestor; o al de la religión, la católica, no solo siendo integrante de la comisión de la parroquia, si no también catequista y asistente del padre Trognot.
 Falleció el 3 de marzo de 1998, en su oficina del frigorífico, tras tomar la decisión de quitarse la vida. 

Fuente: Basado en una crónica de "Revista Pan"


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viernes, 11 de febrero de 2022

Custodiando a Evita

 

 Por esto de ser un entusiasta de los acontecimientos de nuestra localidad he tenido la oportunidad de escuchar muchas historias interesantes e increíbles referidas a Santa Isabel y a sus habitantes. Algunas de ellas las he podido plasmar en charlas grabadas que luego fueron publicadas por distintos medios y formatos, mientras que otras solo quedaron en mi mente. El implacable paso del tiempo y la inevitable llegada de la muerte provocan que los protagonistas de esas historias ya no estén para volver a contarlas con todos los detalles. 

 El siguiente relato solo está en mi recuerdo de charlas informales que alguna vez tuve con Antonio Carlovich, Pocholo. Lo tienen a él y a José Bolognese, Bolo, recordados vecinos de Santa Isabel, como protagonistas exclusivos y llega a estas letras con distorsiones producto de mi memoria que solo ha retenido algunos pasajes de importancia. De todas maneras, bien vale recordarla con los pocos elementos que poseo. Pocholo me la contó en dos oportunidades y Bolo la corroboró, todo en distintos momentos de fines de la década de 1990 y principios de la de 2000.

 El 26 de julio de 1952 es la fecha oficial del fallecimiento, tras padecer cáncer de cuello uterino, de María Eva Duarte de Perón, Evita, líder indiscutible del peronismo y referente del feminismo en Argentina. La gente siguió las alternativas del agravamiento de su estado de salud a través de los boletines que emitía Radio del Estado y fue así que, pasadas las 21:30 de ese día, el locutor Jorge Furnot anunció: "Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20 y 25 ha fallecido la señora Eva Perón, jefa espiritual de la Nación".

 Por esos días Pocholo y Bolo estaban cumpliendo con el Servicio Militar Obligatorio en distintas reparticiones de las Fuerzas Armadas cercanas a la ciudad de Buenos Aires y la casualidad quiso que ambos, estando de franco y vestidos con el atuendo de conscriptos en la mañana siguiente al anuncio, se encontraran en una de las calles más concurridas del centro porteño.

 Más allá de los anuncios oficiales, el rumor que estaba en las calles indicaba a la sede del Ministerio de Trabajo y Previsión, actualmente la legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como el lugar elegido para el velatorio. Eva había trabajado allí, diariamente, desde el año 1947.

 Hacia allí, a pocas cuadras de su encuentro fortuito, se dirigieron nuestros protagonistas; solo para curiosear.

 Al llegar ya había gente reuniéndose frente al edificio de Perú 160 y, aunque ellos se mezclaron en medio de la incipiente multitud, su ropa se destacaba entre la de los civiles presentes. Es por eso que un militar los llamó, les ordenó ingresar al edificio y les asignó una misión específica: custodiar el féretro en el que se hallaba, ya preparado, el cuerpo de Evita, en el Hall de Honor ubicado en el primer piso.

 Parados y en silencio a cada uno de los costados del ataúd fueron observadores, por un largo tiempo, de cómo se ultimaban los detalles para el inicio de las exequias. En un momento determinado se produjo un movimiento inusual de los colaboradores que allí se encontraban y apareció la figura del Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, quién se dirigió hasta el cajón, frente al cual permaneció por varios minutos.

 Un rato más tarde, Pocholo y Bolo fueron desligados de la orden que les había sido impuesta e invitados a retirarse. Cuatro granaderos los reemplazaron, se apostaron a ambos costados del féretro y, ese domingo 27, a las 11 de una mañana lluviosa, se habilitó la capilla ardiente en donde ya las ofrendas florales se contaban por centenares. Al lado, en el Salón Dorado, se encontraba Perón.

 Así se inició un velorio que duró 16 días, uno de los más largos de la historia. Dos isabelenses, sin proponérselo, participaron de los preparativos.


(Raúl Pellegrini)

Fuente consultada y fotografía: https://www.infobae.com/sociedad/2019/07/26/los-16-dias-de-funerales-de-evita-como-se-embalsamo-el-cuerpo-los-deseos-no-cumplidos-de-la-familia-duarte-y-el-llanto-de-peron/

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domingo, 29 de noviembre de 2020

Restos de una estación espacial en Santa Isabel

En la fresca madrugada del 7 de febrero de 1991, aproximadamente a las 01:00, el cielo se encendió con múltiples líneas luminosas, a modo de abanico, que lo recorrieron desde el sudoeste hacia el noreste y se escucharon diversas explosiones de baja frecuencia, como las que quedan después de los rayos, una especie de truenos largos. 

Las pocas personas que vieron el fenómeno desde Santa Isabel se fueron a dormir sin saber qué había pasado exactamente. Ese día nada dijo la prensa sobre ese fenómeno. Recién un día después las noticias de los distintos medios nacionales dieron cuenta de lo acontecido: no eran objetos voladores no identificados tripulados por alienígenas, tampoco aerolitos, ni cometas. Eran los restos de una nave creada por el ser humano.

Se trató de la caída en una accidentada trayectoria y luego de haber orbitado la tierra por más de nueve años -tres más de los previstos- de la estación espacial rusa Salyut 7 en territorio argentino, la vieja antecesora directa de la estación MIR.

Fue la última estación de la serie Salyut (que en ruso significa saludo) la que albergó a once tripulaciones, entre los cuales se encontró la segunda mujer en el espacio y también hubo varios cosmonautas de otros países como Francia e India. Antes de ser reemplazada por la MIR, sirvió como base de numerosos experimentos y pilar para batir récords de permanencia en el espacio.

Al mejor estilo de los rusos, la Salyut 7 fue lanzada bajo el más estricto secreto el 19 de abril de 1982 con la finalidad de reemplazar a la Salyut 6 que tan buena performance había tenido. Poseía dos puertos de acople para naves tripuladas Soyuz y cargueros Progress, una longitud de 14 metros y un peso de 80 toneladas.

En distintos lanzamientos la Salyut 7 fue poblándose e intercambiando astronautas listos para batir un nuevo récord, además de realizar experimentos en astrofísica y astronomía.

Mientras tanto, en febrero de 1986 la Unión Soviética puso en órbita una nueva estación, mucho más moderna destinada a reemplazar a la Salyut 7, denominada MIR. La MIR fue ensamblada en órbita al conectar de forma sucesiva distintos módulos enviados por separado.

Mientras en la MIR se sucedían los primeros éxitos, la Salyut 7 continuaba en órbita sin tripulantes, hasta que su vida útil terminó en 1991 y los rusos decidieron sacarla de órbita. El 9 de febrero de 1991 la Salyut 7 reingresaría a la atmósfera y se desintegraría.

La vieja estación estaba destinada a caer en el Océano Pacífico Sur al término de su vida útil, pero los controladores rusos se vieron en problemas y no pudieron impedir que los restos de la nave se regaran en una larga lonja del centro de la Argentina, especialmente en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos.

Muchos de estos restos fueron recuperados. Entre otros escombros, pueden verse circuitos eléctricos, una ventana de lo que parece ser vidrio muy grueso, una escotilla completa y distintos trozos metálicos. Algunos de ellos fueron reunidos en el Observatorio de Oro Verde a 10 Km. de Paraná en Entre Ríos, en donde están exhibidos al público. Pero muchos otros trozos se encuentran diseminados en distintas localidades del sur de Santa Fe y parte de Entre Ríos.

En Santa Isabel algunas personas vieron este fenómeno que no había sido informado a la población ya que sucedió en forma imprevista.
Pero sólo varias semanas después se supo
del peligro en que estuvimos. En el campo de Mercé (Oscar y Juan José), a poco de haber comenzado a cosechar la soja en un lote que está detrás de la casa familiar, desde arriba de la cosechadora pudieron divisar un objeto metálico, una especie de chapa gruesa de unos 50 x 50 cms y de extraño formato. Se encontraba a apenas cien metros de la casa.

En ese momento la chapa combada y con una soldadura realmente imposible de imitar con los métodos tradicionales, circuló por distintos ámbitos públicos y privados, en donde pudo ser observada por todos los curiosos.

La sometieron al desgaste de una amoladora, pero el material es de una dureza tal que es casi imposible poder cortarlo, mientras que el disco se gasta, la chapa queda casi sin cortarse.

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domingo, 10 de mayo de 2020

El Elevador

El Elevador en 1972.
 Una mole metálica se destaca en el paisaje llano de la zona rural de Santa Isabel, muy cerca de la zona urbana, sobre las vías del antiguo Ferrocarril Central Argentino, en la que fuera llamada estación Otto Bemberg, luego bautizada como Rastreador Fournier, del Ferrocarril Mitre. Es un elevador de granos, conocido simplemente como "el Elevador".
 Este elevador fue construido por la Asociación de Cooperativas Argentinas (A.C.A.) en el año 1933. Se compone de 10 silos con capacidad total de seis mil quinientas toneladas de granos. Constituyó en su época una instalación modelo y significó una ventajosa contribución a la actividad agrícola de la zona.
En ese año, bajo la presidencia del gobierno conservador de Agustín P. Justo, se crea la Junta Reguladora de Granos, por lo que tiempo después los bienes de A.C.A. pasaron a pertenecer a este nuevo Ente que cedió su uso a la empresa Northern Elevathor Co., posteriormente, en 1946, bajo la presidencia de Juan D. Perón, fue transformado en el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio) y reorganizado en 1963, bajo la presidencia de José María Guido, como Junta Nacional de Granos. Fue disuelto en 1991 por el decreto Nº 2284/91, de desregulación de mercados, elaborado por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo bajo la presidencia de Carlos Menem. 
 De todas maneras, a principios de la década de 1980 las instalaciones de la Junta Nacional de Granos se encontraban inoperantes, atendidas por un reducido personal sólo para mantenimiento. En 1983 fueron adquiridas por la Cooperativa Agrícola Ganadera Unión y Fuerza de Santa Isabel que las puso en valor para continuar funcionando con tecnología acorde a esos tiempos.
 Su ubicación estratégica, en la Estación Rastreador Fournier, sobre el ramal Santa Isabel - Rosario del ferrocarril Gral. Bartolomé Mitre -antes Ferrocarril Central Argentino- contribuyó para que esas instalaciones desarrollaran una importante actividad en el acondicionamiento, almacenaje y manipulación de granos.



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miércoles, 22 de abril de 2020

Recuerdo a Valentín

Por "Lesburgue".

 Febrero de 2007.
 Recuerdo a Valentín.

Desde chicos compartimos la pasión por la pelota.
El vivía en la cancha y las tardes nos las pasábamos jugando el Vasco, Oscar, Norberto, Osvaldo y otros muchos que no recuerdo.
Estoy hablando aquí de las décadas del '50 y '60. En ese tiempo la pelota a paleta era muy popular, tal es así que había tres canchas en Santa Isabel y todas colmadas de jóvenes entusiastas por este deporte.
En esa época, nuestro ídolo era -y aún lo sigue siendo aunque ya no está- Milo, un extraordinario pelotari de Teodelina.
Era tal la pasión que semejante jugador despertaba en nosotros que, recuerdo, después de ver un partido
con Valentín en la cancha de Blanco, con Milo como protagonista, al terminar estos partidos, a última hora del día, volvímos a su casa para ir a la cancha a pelotear en la penumbra del atardecer.
Y ni les cuento lo que pasaba cuando la pelota pasaba por algún agujero del tejido sobre el frontón, porque al tener una buena pelota había que cuidarla. La pelota que salía sobre la calle Francia caía en el campo (en esa época) y nos pasábamos horas buscando entre la gramilla, tanteando con el pié, porque verla no se podía.
Siempre se destacó Valentín por su calidad como jugador y su temple para afrontar compromisos difíciles.
Su partido más extraordinario y que él recordaba siempre, fue en Sancti Spíritu, en un torneo en donde intervinieron parejas de Rosario, Rufino y Venado Tuerto; digamos lo mejor del sur santafesino año 1963.
Llegaron a la final la pareja de Santa Isabel, integrada por el Polaco, como delantero, y Valentín de zaguero, contra los locales. Y, como se estila en estos casos, las apuestas se redoblaron a favor de los locales.
De Santa Isabel habíamos acompañado el Ñato, que tomaba las apuestas a nuestro favor sin distinción de usura o desventaja, Norberto, menor de edad, y yo, en la colimba.
Cuando el aluvión de apuestas que tomaba lo superaron económicamente, el Ñato nos consultó si hacíamos una vaca para seguir apostando. Y dijimos que si, que podíamos respaldar.
Y empezó el partido.
Fue muy parejo hasta los dieciocho tantos, momentos en el que algo tremendo pasó; nos sacaron cuatro tantos seguidos. El partido era a veinticinco tantos y Norberto me preguntaba cómo ibamos a salir de ahí.
Y en ese momento apareció el temple y la calidad de jugador que tenía Valentín. La cancha zurda con dos tambores, el de la derecha normal, pero el de la izquierda apenas se distinguía; es decir que la pelota que pegara en él, era tanto seguro. Y este gran jugador, con su temple y coraje, jugando él de zaguero, metió cuatro tambores por zurda seguidos. Les igualó el partido y de ahí a ganarlo, fue solo un trámite más.
Este partido vivió en su memoria como el logro más grande de su carrera deportiva y al recordarlo hacía hincapié en las dificultades del momento. Se llenaba de orgullo al haber revertido una situación tan difícil y se reía cuando yo le contaba de mis problemas afuera de la cancha, con Norberto y las apuestas.
Este es mi humilde homenaje a aquel con quién compartí la pasión por la pelota.





Ver más en:  Historias de frontón

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lunes, 5 de agosto de 2019

Básquet en General Belgrano - Torneo Para Aficionados

Por Norberto Oscar Dall’Occhio


 A modo de introducción de esta nota sobre básquet que abarca el período comprendido entre 1940 y fines de la década de 1950- conviene aclarar que en ella se tratan temas vinculados con la práctica de ese deporte en el Club Belgrano, en la región y en el orden nacional. También se hace un comentario sobre el origen del básquet, juego que se ha extendido a la mayoría de los países del mundo . Además se mencionan algunos problemas extra deportivos vividos en esa época por la comunidad isabelense.

Origen del básquet.
 Hay testimonios escritos señalando que en la América precolombina, las civilizaciones mayas y aztecas practicaban variados juegos de pelota que tenían cierta afinidad con el básquet. Los jugadores utilizaban una pelota maciza que lanzaban con el propósito de que atravesara un aro o un anillo, o bien trataban de meterla en el agujero de una piedra.
 Pero la cuna del basketball (basket=canasta, ball=pelota) o baloncesto, fue Estados Unidos.
 Su creador fue James  A. Naismith, joven profesor de educación física de un colegio de Springfield, en el estado de Massachussets.
 En 1891, Naismith, a pedido de las autoridades del colegio, ideó un juego de equipos para practicarlo en una cancha de dimensiones reducidas. El objetivo era aprovechar el gimnasio techado del instituto de enseñanza y permitir el entretenimiento y el desarrollo de la actividad física del alumnado, en un lugar cerrado, protegido por los intensos fríos invernales.
 El juego de los participantes consistía, en esencia, en embocar una pelota de fútbol en improvisadas cestas o canastas de duraznos, colocadas a tres metros de altura en dos extremos de la cancha.
 Se establecieron numerosas normas básicas, muchas de ellas aún vigentes. Por ejemplo, estaba prohibido darle un puñetazo al balón o jugarlo con el pié. El reglamento inicial se fue modificando con el correr de los años, adaptándolo a las necesidades del juego.
 En nuestro país la práctica del básquet se inició con en 1912. Para algunos comenzó en Buenos Aires, para otros en Bahía Blanca.

 Un evento especial.
Durante los veranos de los años 1950, 1951 y 1952, el Club Belgrano vivió un simpático y singular hecho deportivo que acaparó la atención de socios y simpatizantes de la Institución y también de gente del pueblo.
 El Club, por iniciativa de algunos socios, analizó la posibilidad de organizar un Torneo de Básquet para Aficionados. La idea prosperó muy rápidamente y de inmediato se empezaron a formar equipos.
 Como circunstancia poco feliz, en esos años Santa Isabel y toda la región sufrió las consecuencias de una intensa sequía que se prolongó por muchos meses. Además, el pueblo soportó por varios años constantes cortes de luz debido a graves inconvenientes en el suministro de electricidad por parte de la Cooperativa de Luz y Fuerza local. Fue la época del famoso "pan negro" (pan de centeno) que la población argentina, por decisión del gobierno, se vio obligada a consumir ante la falta de harina blanca, por el fracaso de la cosecha de trigo.
 Por suerte, los pobladores de Santa Isabel -los que residían en el campo y los del radio urbano-supieron sobrellevar con entereza estos serios problemas y sinsabores que les tocó vivir... y el curso de la vida isabelense continuó.
 En esos momentos en nuestro país el básquet había alcanzado una gran difusión popular. El punto álgido lo constituyó el hecho de que en 1950 el Seleccionado Argentino había obtenido por primera vez en su historia el título mundial de la especialidad al vencer por 64 a 50 al poderoso equipo de Estados Unidos en la final disputada en el Luna Park de Buenos Aires.
 Cabe destacar que en 1952, cuatro integrantes de este prestigioso equipo campeón estuvieron en Santa Isabel. Los jugadores Rubén Menini, Raúl Perez Varela, Carlos Uder y Leopoldo Contarbio formaron  parte del equipo de Racing Club de Avellaneda que, por invitación de General Belgrano, visitaron la localidad jugando dos partidos nocturnos en las instalaciones del Club.
 Fue un verdadero acontecimiento deportivo, dada la jerarquía del equipo visitante ,que despertó sumo interés en la localidad y en los pueblos vecinos y quedó como un gratísimo recuerdo para todos aquellos que vivieron esos inolvidables momentos.
 Después de finalizado el primer partido, la fiesta continuó con un gran baile y, al día siguiente, la delegación racinguista fue agasajada con un asado campestre efectuado en el monte de la familia Carpi.
 El conjunto de Belgrano que enfrentó al Racing Club estuvo representado por varios de sus jugadores base y contó con el refuerzo de destacados basquetbolistas de la zona. Fueron ellos Bonifacio "Facio" Asenjo, de Sportsman, y Duilio Vrancovich, de Studebaker, ambos de Villa Cañás; y, de Venado Tuerto, Víctor Rébora, Héctor Rébora, de Atenas, y Cattáneo, de Centenario.

 El básquet de Belgrano.
En la década de 1950, Belgrano tenía un equipo de básquet muy competitivo. La base del conjunto azulgrana estaba integrada por Vicente Basignani, Ernesto "Tito" Pellegrini, Héctor Palau, "Lalo" Brondello, Rodolfo "Rulo" Dedominici, Aldo Vanni y Carlos Forneris. Más adelantese incorporaron Carlos Angeleri, Miguel Palacios y Rubén Dedominici.
 Anteriormente, a fines de la década de 1930 y comienzos de la de 1940, Emilio Palau, "Chiquito" Colomba, Penecino, Rodolfo "Flaco" Enrico y Ángel "Lili" Benso, entre otros, fueron los pioneros del primer equipo de básquet que vistió la casaca de Belgrano. Jugaban en una cancha con piso de polvo de ladrillo aledaña al salón de la Sociedad Italiana, dado que Belgrano todavía no había adquirido el lugar en que luego estableció su sede e instalaciones.
 Alrededor de 1951 Belgrano también inició la práctica del básquet  femenino. Integraron el primer equipo las jugadoras Yolanda Palacios, Teresa Brondello, "Coca" y "Nuchi" Picola, Ana María Arena, Katy Vila, Marta Vanni, Mary Forneris e Ilda Imnocenzi.
 Mientras tanto, en la década de 1940 y principios de la década de 1950, en la región, Atenas de Venado Tuerto seguía acumulando títulos y tenía el monopolio de los campeonatos organizados por la Asociación Venadense de Básquet (fundada en 1940). La racha exitosa de catorce títulos consecutivos de Atenas fue interrumpida por Sportsman en 1956. El equipo de Villa Cañás también tuvo el mérito de consagrarse campeón en 1957 y 1958.

 Torneo de Básquet para Aficionados.
 Para aquel primer torneo, en 1950, se formaron varios equipos integrados, algunos de ellos, por jugadores que nunca habían practicado básquet y que, incluso, desconocían las reglas del juego.
 Aunque la mayoría eran adolescentes novatos, aparecían ciertos jóvenes y algunas personas que podríamos llamar "algo más madura", que nunca se imaginaron participar activamente y ser protagonista de una competencia basquetbolística.
 Ciertos nombres de los equipos llamaban la atención por su originalidad. Por ejemplo PROAL, que era una sigla que significaba "Pro Odio al Laburo". Se trataba de un grupo de adolescentes que, aparentemente, no eran muy proclives al trabajo.
 Otro nombre llamativo fue Phillips 66, homónimo al equipo de básquet norteamericano, muy conocido mundialmente, que en aquella época había visitado la Argentina.
 Entre otros, participaron y animaron el torneo conjuntos como ""El Grillo", que representaba al bar con ese mismo nombre, propiedad de Obdulio Paulini; "Luz y Fuerza" formado casi en su totalidad por empleados de la Cooperativa Eléctrica; "Hotel Central", promovido por los dueños de ese hotel, la familia Bassignani; "Pichón 14", bajo la tutela de Enrique "Nino" Colombo; "Cooperativa Agrícola Unión y Fuerza", integrada por empleados de la entidad; y "CT" (Correo y Telecomunicaciones), formado en su mayoría por empleados del Correo.
 En el público había despertado mucho interés y curiosidad la circunstancia de poder ver de cerca lo que amablemente podríamos llamar "conocidas figuras del pueblo", vestidas de pantalón corto, tratando de dominar un balón y meterlo en un aro sostenido por un tablero. En pocas palabras: verlos participar de un juego, es decir, correr haciendo picar una pelota, saltar, eludir a un rival, atacar, tirar al aro, defender... y de paso divertirse un poco.
 Entre esas "figuras conocidas" podríamos citar al Dr. Carlos Farr, a Renzo Bassignani, "Titi" Montes, Aroldo Carra, "Mingo" Scandizo, Al Dr. Alfredo Vázquez, a Dino Ferro, Leandro Quatrín, Cirilo Colomba, Arne Sampo, Diego Colomba, Raúl Severini, Leandro Romero y Alberto Arminchiardi.
 En general, en los partidos se anotaban muy pocos tantos dada la inexperiencia de la mayoría de los participantes. Algunos jugadores, muy resignados, solían comentar que les resultaba muy difícil  meter "ese enorme balón" en "ese pequeño aro".
 Debe tenerse en cuenta que en aquella época no existía el triple. Con la pelota en juego el tanto valía "doble" y el acierto en los tiros libres representaba un tanto.
 La noche de la inauguración del Torneo resultó una verdadera fiesta. Por su colorido, por lo divertido y por las variadas muestras de ingenio que cada equipo eligió para su presentación.
 Cada conjunto, por riguroso orden, hacía su entrada al campo de juego de manera muy especial. El público festejaba la creatividad y, a veces, la osadía que los equipos mostraban al presentarse. Producían situaciones risueñas que provocaba el comentario de la gente.
 Quedó en la memoria de los presentes el novedoso ingreso de los jugadores de Phillips 66, atravesando un enorme aro vertical empapelado, al que rompían al salir a la cancha, al estilo de los famosos Harlem Globetrotters cuando aparecían en el Luna Park de Buenos Aires.
 Se recuerda a "Nino" Colombo, acompañando a su equipo y entrando a la cancha con su Ford T "Pichón 14"; a "El Grillo", con un integrante interpretando una canción con su acordeón; a "Hotel Central", con jugadores disfrazados de cocineros con gorro blanco y llevando utensilios y baterías de cocina; al equipo de la "Cooperativa Unión y Fuerza" entrando con una adornada carroza que llevaba a la "Reina del Campo" que estaba representada por un disfrazado Dino Ferro, quien tuvo la envidiable fortuna de tirar al aro desde la carroza y encestar el balón, hecho que fue muy festejado por el público, que rubricó el acierto con un sostenido aplauso.
 La culminación del Torneo resultó otra jornada atractiva y alcanzó gran lucimiento. Produjo una enorme concurrencia de espectadores dispuestos a disfrutar del último evento y contemplar la consagración del equipo campeón.
 Phillips 66, bajo la batuta de "Lili" Benso, fue el ganador del certamen, con un gran festejo de parte de sus integrantes, con el aporte de varios jugadores disfrazados que con sus ocurrencias animaron la noche.
 Fue el broche de oro de un divertido y novedoso torneo nocturno de verano, desarrollado durante varias semanas, que contó con la valiosa colaboración de jugadores y público en general y quedó grabado en la memoria de la gente como un hermoso recuerdo de originalidad, por sus notas de color y sabor local, por sus momentos graciosos y por el entusiasmo de sus protagonistas, que contribuyeron al brillo de la competencia.
 Estos torneos de aficionados, con algunas variantes, se repitieron en los años siguientes. Luego fueron reemplazados por los denominados "Campeonatos Comerciales". Pero eso es otra historia.


  Torneo para Aficionados. Equipo de "El Grillo". De pié, de izquierda a derecha: Rubén Dedominici, Benjamín "Gomito" Sánchez, y O. Serafini "Pizeroto". Agachados: Primitivo Sánchez, E. Bazán y Norberto Dall'Occhio.
 Equipo de General Belgrano en la década de 1950. De izquierda a derecha: Rodolfo Dedominici, Rubén Dedominici, Ernesto Pellegrini (capitán), Carlos Forneris, "Lalo" Brondello, Aldo Vanni y Vicente Bassignani.
Torneo para Aficionados. Equipo de "Luz y Fuerza". De pié, de izquierda a derecha: Ernesto "Tito" Pellegrini (director técnico), Arne Sampo, Cirilo Colomba, "Palomo" Bolognese. Agachados: Raúl Severini, "Franco" Pellegrini, Antonio Bilós y Diego Colomba. Al costado derecho, integrantes del equipo "CT" (Correos y Telecomunicaciones) H. Costaguta y "Coco" Pennacchietti.

 Equipo Femenino de Básquet del Club Belgrano en la década de 1950.
















 
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